El llano, agua, polvo y diversidad
Para saborear correctamente las capacidades de dos de sus productos más comercializados en el país, Toyota de Colombia propuso a un grupo de periodistas conducirlas a través de 800 kilómetros de asfalto, piedra suelta, tierra y algo de agua por vías de tres departamentos: Cundinamarca, Boyacá y Casanare, todo de la mano del experto en este tipo de rutas Fernando Jaramillo, Director de la Fundación Rueda Libre por Colombia y exparticipante del Rally Dakar.
Las herramientas de dotación eran un par de Toyota Hilux con los motores V6 4.0 y el nuevo Diesel 2.4. También teníamos a disposición dos SW4, conocidas en Colombia como Fortuner y dotadas con los propulsores Diesel 2.8 y el V6 4.0 a gasolina.
El primer ejemplar que nos tocó en suerte fue este último, el tope de línea del modelo en el país y que estrena algunos cambios en diseño y equipamiento a mitad de su vida comercial. El motor que la impulsa es el 1GR-FE, un V6 con culata de 24 válvulas, una producción de 235 caballos a las 5.200 vueltas y 376 Nm de torque a las 3.700 revoluciones. Dicho motor no acompañaba a este modelo desde 2010. La caja es automática de seis velocidades con modo manual y paletas tras el volante.
En asfalto:
El primer recorrido es totalmente asfaltado, saliendo de Bogotá hacia Boyacá por la doble calzada a Tunja. En principio el V6 se muestra medianamente perezoso y la marcha se hace algo torpe en cuanto a balanceo de la carrocería a altas velocidades, mostrando claramente que este no es el terreno más cómodo para este tipo de vehículo. Cuando se activa el sistema Power Mode y se operan los cambios mediante las levas, el V6 se despierta y las velocidades de crucero que se alcanzan son más altas y descansadas, pero lo mejor es conservar los límites de velocidad, este no es un carro para correr.
Pasamos por dos de los lugares históricos más representativos de nuestro país, el Puente de Boyacá, en jurisdicción del municipio de Ventaquemada y el impresionante Monumento a los Lanceros, obra de Rodrigo Arenas Betancur e inaugurado en 1970 en inmediaciones del Pantano de Vargas, escenario de la batalla del mismo nombre el 25 de julio de 1819. Esta zona hace parte de Paipa. Más adelante nos encontramos con el lago de Tota, el cuerpo natural de agua dulce más grande del país y que abarca los municipios de Cuitiva, Tota y Aquitania.
Mirando para el páramo
Aquí hacemos cambio de vehículo y nuestra siguiente compañía es la Hilux también con el V6 4.0, la caja automática y producida en la planta que tiene la marca en Zárate, Argentina. Con este motor, el pick up insignia de Toyota se mueve con soltura y tiene una respuesta más que satisfactoria. Se comporta supremamente bien en terreno destapado y en la subida que nos aprestamos a emprender, dejando atrás el lago para llegar al páramo de Toquilla, en una subida que nos llevará hasta los 3.700 metros sobre el nivel del mar a través de una vía destapada que nos obliga a usar el sistema de tracción 4H, que se activa en marcha (Shift-on-the-Fly) y proporciona un mejor agarre sobre los desniveles y las cambiantes condiciones de agarre del terreno.
El paisaje yerto y gris del páramo, tapizado por los típicos frailejones y caracterizado por la ausencia de vida apreciable, es testigo del performance del motor V6, que se muestra incansable e inmune a la disminución de potencia fruto de la altura y la pérdida de oxígeno. Hay que destacar también la operación de los frenos ABS, que están calibrados para este tipo de superficies donde el asentamiento de las ruedas de 17 pulgadas suele ser precario y desigual.
Pese a llevar el platón casi desocupado, el agarre del tren trasero no supone mayores dificultades para la Hilux, el sistema conjunto de control de estabilidad, de tracción y hasta el control de balance de remolque mantienen a raya su “baile” y permiten un buen ritmo sobre la rota carretera.
El descenso hacia la frontera con el llano se hace paralelo al cañón surcado por el curso del rio Cravo Sur. Poco a poco la temperatura va subiendo mientras se baja el registro de metros de altura y llegamos a la jurisdicción del municipio de Labranzagrande, capital de la provincia de La Libertad, a unos 300 kilómetros de Bogotá.
Luego de cerca de cuatro horas de viaje por vías sin asfaltar alcanzamos la frontera con Casanare, entrada a la inmensidad de los Llanos Orientales colombianos. La sensación térmica poco a poco nos anuncia que las montañas van quedando atrás. Llegamos así a Yopal, la capital del departamento, para dar fin a la primera jornada de la expedición.
El llano, agua, polvo y diversidad
Para llegar a la llanura como tal, donde desaparecen las montañas, tomamos la Hilux ahora con el motor Diesel 2.4, el 2GD-FTV de cuatro cilindros con turbo de geometría variable que entrega 148 caballos a 3.400 vueltas y un torque de 400 Nm entre las 1.600 y las 2.000 revoluciones. La caja automática es de seis velocidades con modo manual. Para obtener una marcha más contundente y aprovechar toda la potencia disponible lo más recomendable es usar la caja en este modo, sobre todo para hacer sobrepasos y lograr un buen régimen de velocidad en vías asfaltadas como la que tomamos, la Yopal – Orocué hacia el municipio de San Luis de Palenque.
Allí está ubicada, a 110 kilómetros de la capital de Casanare, la reserva natural El Encanto de Guanapalo, un conjunto de tres hatos con una inmensidad de casi 9.000 hectáreas de un soberbio paisaje que junta las sabanas del Casanare con las del Orinoco y con una impactante diversidad en fauna y flora, compuesta mayormente por chigüiros, babillas, venados, caballos, ganado vacuno, garzas, garzones, iguanas y una que otra anaconda vigilando las aguas de esa vastedad. Un regalo para los sentidos a 180 metros sobre el nivel del mar y a temperaturas que superan fácilmente los 30 grados centígrados.
Para acceder a la reserva se toman unos 30 kilómetros de vía destapada con profundas bateas y desniveles, que, al ritmo de la caravana, pusieron a prueba las suspensiones de las Hilux y las SW4, que se comportaron, literalmente, a la altura, sin queja alguna.
Una vez ingresados, con las camionetas iniciamos el Safari Llanero, cruzando por zonas de pastos, mucho polvo, algo de pantano y vadeando superficies de agua de casi un metro de profundidad, donde pudimos comprobar las capacidades de nuestras monturas con la función 4LO (4×4 más bajo) y la seguridad que ofrece la caja automática tarada en segunda velocidad.
Aquí aprendimos de la mano de Fernando Jaramillo que, para cruzar estas superficies irregulares y pantanosas, primero hay que chequear que tan profundas son (los chigüiros nos ayudaron en eso) y luego acelerar a un ritmo contante, ni muy suave ni con el pedal a fondo. La mecánica de los carros y sus sistemas off road se encargan del resto. Valga decir, como anécdota, que un FJ40 de 1982, propiedad de la reserva, también logró el objetivo con casi cuatro décadas a cuestas de trabajo puro y duro.
Después de la diversión en tierra y agua y de comprobar el comportamiento de los controles de estabilidad u tracción haciendo una serie de ochos sobre hierba, emprendemos la cacería del atardecer llanero, uno de los espectáculos más sobrecogedores que se puedan observar cuando se visita esta zona de nuestro país, el sol rojo despide la jornada con su acompasada puesta y emprendemos el regreso a nuestra base de Yopal a bordo de la SW4 con el motor V6, que en las extensas vías asfaltadas que conducen a la capital solo pide y pide pedal, a una altura que le cae de maravilla para mostrar el empuje de sus 258 caballos en modo Power.
Regreso a las alturas
No sin nostalgia dejamos las planicies infinitas del llano y el sol de Yopal, esta vez a bordo de la muy equilibrada SW4 con el motor 1GD-FTV Diesel 2.8, que estrena una actualización, inyectándole 15% más de potencia para dejarlo con 201 caballos a 3.200 rpm y un brillante torque de 500 Nm entre las 1.600 y 2800 vueltas, lo cual lo convierte en un carro de respuesta inmediata y una entrega de prestaciones con una inmediatez destacable. Esta es tal vez una de las mejores máquinas de Toyota por su silencio, su capacidad de brindar la fuerza necesaria en todo momento y la economía de combustible. Es un atleta de largo aliento. Fue el motor que más nos gustó de todos los probados.
Después de tomar la vía Marginal de la Selva, nos encumbramos nuevamente por el pie de monte a buscar el altiplano cundiboyacense, a un ritmo de ascenso bastante sostenido gracias al mencionado motor que, unido a la caja automática de seis velocidades, aprovecha muy bien la zona media del tacómetro para mantener la cadencia sin perder la curva de revoluciones entre cambio y cambio. Trabaja parejo y a veces es superior a las capacidades dinámicas de la carrocería, cuyo balanceo a veces puede traer algunos sustos en vías sinuosas como la que lleva nuevamente al frío del altar de la patria.
Cuatro horas después ya sentimos los rigores nuevamente de las bajas temperaturas y apreciamos la belleza de los paisajes en todas las tonalidades de verde. La invitación es a otra tanda de vías destapadas cerca a las poblaciones de Pesca y Toca en cuyas alturas nos despedimos nuevamente del lago de Tota. En estas trochas y en función 4H nos queda nuevamente la impronta del buen comportamiento de la camioneta en este tipo de vías, sin asomos de fatiga, ni quejas de la suspensión, con los frenos perfectamente calibrados y una capacidad de maniobra destacable.
Al empalmar con la doble calzada Tunja – Bogotá hacemos el recorrido en cruceros de 90 y 120 km/h que es lo máximo para no empezar a sufrir por la estabilidad o un comportamiento errático. El trancón bogotano pasando a Tocancipá nos recibe como colofón de esta expedición en donde se demuestra, una vez más, porque los usuarios de estos modelos tienen un amor inquebrantable por ellos, por qué los defienden sin ambages y por qué la manida frase “Toyota es Toyota”.